La nueva entrega del innecesario reboot enmienda en parte
los errores de la sosísima The Amazing Spider-Man, pero sigue sin ofrecer nada
que le haga sobresalir frente a la racha de éxitos que acumulan sus
competidoras Fox y Marvel Studios. Como en la primera ocasión, la frescura y la
química de la pareja protagonista soportan casi todo el peso de la película
cuando ni la acción ni el villano dan la talla. Y si ya tuvimos un villano
nefasto la última vez, que se perdonaba porque en el fondo era un “Spider-Man
Begins”, para esta ocasión esperábamos un villano en condiciones. Si “Amazing
Spider-Man 2: El Poder de Electro” tiene un villano destacable, desde luego no
es el del título. El Electro de Jamie Foxx es irrisorio, casi autoparódico,
cuyo posterior desarrollo nunca llega a funcionar al cargar con uno de los orígenes
más absurdos (en el mal sentido) que recuerdo. Nunca sé cuando tengo que
tomármelo en serio y cuando tenerle respeto, y aunque es vistoso, ni siquiera
en las escenas de acción destaca demasiado.
Para mayor sorpresa, y lo que salva a la película del
desastre, es el “tapado”, el Harry Osborn de DeHaan. Sin llegar a aparecer como
Duende Verde hasta el final, su transformación de sufrido amigo emo-hipster de
Peter a villano es interesante, con algunas licencias pero muy bien llevada en
general. Solo espero que en futuras entregas den a este personaje el protagonismo
que merece, porque en esta película se come la pantalla, sobre todo en
comparación con Electro. De hecho, la película mejoraría enormemente si este
fuera el único villano, con su correspondiente aumento de tiempo de pantalla. Y
acción, claro. Porque el Duende solo aparece en una brevísima escena final la
cual lleva al tan anticipado momento cumbre. Que es, sin duda, lo mejor de la
película, y podría haber sido mucho mejor con un mayor desarrollo del personaje
de Harry, que de más sentido a su acto final.
Si bien la película es disfrutable, flaquea en demasiados
puntos como para ignorarlos. De la primera entrega viene con el lastre del
misterio de la muerte de sus padres, cosa que prometieron revelar en esa
película y no hicieron. Lo dejaron para esta, cuando el interés ya ha
desaparecido y solo entorpece el ritmo.
Pero lo peor de la película, con independencia de quien sea
el villano, es la acción. Y si antes venía alabando la monstruosa acción de El
Soldado de Invierno, en este caso todo lo contrario. Me preocupa que, con
honrosas excepciones como la del Capi, a los directores actuales se les haya
olvidado rodar acción de verdad, la de especialistas, cartón piedra, maquetas y
explosiones controladas. De la escasa acción que hay en la película, toda sufre
de un excesivo abuso de CGI, que al igual que pasaba con Man of Steel, me hace
preguntarme si estoy delante de una película o una secuencia Quick Time Event
de un videojuego. Y no me sirve la escusa de que es un superhéroes demasiado
complejo como para darle vida sin usar CGI: ahí tenemos la trilogía de Raimi
para atestiguar que no es cuestión del personaje, sino de los técnicos. La
mayoría de la “espectacular” acción consiste en zarandear los muñecos digitales
de Spider-Man y Electro en largos (y falsos) planos donde absolutamente ningún
elemento parece real, y por tanto susceptible de provocar alguna emoción más
allá que observar de los efectos especiales. Efectos que muchas ocasiones son
mediocres, como esas horribles explosiones CGI que ahora están en todas partes.
Todo este problema con la acción puede parecer exagerado,
pero es un síntoma real del Hollywood de los últimos cinco años. Intentan tapar
la falta de originalidad y/o habilidad a la hora de rodar escenas con especialistas
que recurren a un CGI muchas veces mediocre para escudarse y salir del paso.
Una buena prueba de ello también se encuentra en esta película: si en sus
enfrentamientos contra Electro mueven la cámara y las personajes en acrobacias
imposibles con una fluidez exquisita (aunque muy lejos de resultar
emocionante), en la pelea del prólogo, entre dos personajes sin superpoderes,
la cámara empieza a agitarse a lo loco sin ninguna justificación argumental, en
un pobrísimo intento de dar dinamismo a la pelea que solo provoca dolor de
cabeza.
El mayor problema de la película es que se siente como un
capítulo de transición hasta la siguiente entrega y los sucesivos spin-offs,
donde, una vez establecido el personaje, puedan desarrollar villanos a la
altura. Por eso busca cerrar todas la subtramas abiertas en la anterior
película, y al igual que pasó en Spider-Man 3, demasiado contenido entorpece el
ritmo y desarrollo natural de la trama, que adolece a la cohesión de la
película con una introducción, nudo y desenlace demasiado difusos. Nada de esto
es demasiado grave: es mucho más disfrutable que la primera entrega, y su
clímax, anunciado y spoileado de mil maneras diferentes por la campaña promocional
más desastrosa en mucho tiempo, compensa de sobra su irregular precedente.
Comentar es entrar en terreno de Spoiler (no sé si lo sigue siendo a estas
alturas), pero basta decir que es lo suficientemente genial como para perdonar
todos los fallos que presenta esta aun joven franqucia y tener una visión
optimista para futuras entregas.