Hay mucha gente que mira mal a Daniel Craig por haber
convertido a James Bond en una persona real, humana. Muchos se desilusionaron
al ver que en Casino Royale Bond sangra, grita, sufre. Se les cayó el mito.
Muchos hombres, frustrados por sus aburridas vidas, veían en 007 el ideal al
que no podían llegar, y se evadían y fantaseaban con la idea de ser un super
espía secreto rodeado de chicas exóticas que caían a sus pies; mientras que las
mujeres soñaban con ser una de esas femmes
fatale que seducen al hombre más cool
sobre la tierra y que, en realidad, no existe. Por eso, al sacarles a la
realidad y al hacerles ver que sueñan con una vida irreal, se les desmorona la
fantasía. “Se han cargado a Bond”, “Bond ha muerto para mí”, “Han convertido a
Bond en un Bourne sin gracia”, son frases que se escuchan frecuentemente desde
que llegara la polémica en 2006.
El caso es interesante. Sí, es normal que la gente
recuerde con añoranza a Connery (o a Brosnan si eres más joven), pero no es lo
mismo que insinuar que la saga ha muerto. No ha muerto, para nada, ha madurado,
y con cincuenta años no se hace lo mismo que con veinte. Los tiempos han
cambiado, y no vale quedarse atrás. Siguiendo los cánones marcados por Bourne y
Nolan, han transformado a James Bond en un personaje realista, humano, frente
al action-man de bolis bomba y relojes-láser. Sí, en su tiempo fue un clásico y
debe ser recordado como tal, pero para eso están los clásicos: para ser
recordados. La guerra fría hace tiempo que acabó, así que demos paso al Bond
del siglo XXI.
A estas alturas ya no son necesarias las presentaciones,
así que vamos al grano. Daniel Craig se pone el esmoquin por tercera vez, en
una película que olvida todo lo acontecido en la bilogía de Casino Royale y
Quantum of Solace. No voy a destripar el argumento a nadie (si es que el
tráiler no lo ha hecho ya), pero diré que, al igual que hizo tímidamente Casino
Royale, el argumento se adentra en los orígenes del protagonista, pero girando
todo en torno a M. En ese sentido, quizás sea la película con la historia más
trascendental de la saga y para la saga. No es casualidad tampoco que la
película, la número 23, marque el 50 aniversario de la saga. Skyfall pretende
ser, en muchos sentidos, la película Bond definitiva, una especie de homenaje
de aniversario lleno de referencias y de easter
eggs relacionados con las entregas anteriores, a la vez que marca un punto y aparte para entregas
venideras. Skyfall pretende, también, lavar el mal sabor de boca que dejo Quantum
of Solace, reintroducir muchos de los elementos perdidos en Casino Royale
(humor, gadgets, Q, Monneypenny) sin renunciar por ello al nuevo rumbo que tan
divididos tiene a los fans.
Skyfall pretendía muchas cosas, y lo más extraordinario
es que las cumple todas. Por primera vez, tras las cámaras hay un director
oscarizado, Sam Mendes, y eso se nota. No se trata de si es el Bond clásico o
moderno, sino del trabajo que hace el director sobre él. Ahí tenemos como
ejemplo a Quantum of Solace, secuela de la excelente Casino Royale que tiene el
Bond moderno sin chispa ni interés. Este no es el caso. Cada plano de Skyfall
rezuma talento e inteligencia, cada escena está rodada con una elegancia inusitada
hasta ahora en la saga. La escenas de
acción están inteligentemente dosificadas, impregnadas del sello personal del
autor sin que ello sacrifique una pizca de espectacularidad. Muestra de ello es
la pelea en el edificio de Shangai, a contraluz con los espectaculares neones
de fondo.
Por fin, tras unos últimos villanos terriblemente sosos,
tenemos a un malo a la altura. Y es español. Javier Bardem borda un personaje
que ya huele para Óscar, y eso a pesar de su escuetísimo papel. Una lástima,
pues el poco tiempo que está en pantalla, se come al reparto y ensombrece al
mismísimo Craig. El momento en el que entra en escena y la insinuación a Daniel
Craig entra automáticamente al Top Ten de momentos Bond. En cambio, las chicas
Bond no están a la altura, una por su brevísima aparición (Bérénice Marlohe) y
otra por su insustancial protagonismo (Naomi Harris). No os confundáis; la
verdadera chica Bond de Skyfall es M, sobre la que gira todo el argumento, un
argumento muy simple si nos paramos a analizarlo, pero que no resta puntos a la
película, sino todo lo contrario. En Quantum, el argumento quiso abarcar mucho,
causando que finalmente quedara en un nada muy confuso. Aquí pasa todo lo
contrario, y eso da opción al director a bucear en el trasfondo dramático de
los personajes y de insinuar hechos sobre los orígenes y la infancia de Bond.
Una historia sencilla y épica a partes iguales que culmina en un clímax muy
satisfactorio y rompedor. Un clímax que prueba que lo que a la saga realmente
le ha faltado estos últimos años no es acción, sino corazón.
Mendes ha cumplido lo prometido: Skyfall es la película
de Bond definitiva. Siguiendo el nuevo rumbo de Bond-Craig, recuperando la
esencia de los clásicos y añadiendo un toque personal en su justa medida, ha
creado un cóctel agitado, no removido, que celebra 50 añazos de historia pero
que no se acojona al decir que las reglas han cambiado.
totalmente de acuerdo
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